1.
La fundación de la metafísica: “la segunda navegación”.
En la filosofía platónica existe un
punto fundamental del que depende por completo el nuevo planteamiento de todos
los problemas de la filosofía. Este punto consiste en el descubrimiento de la
existencia de una realidad suprema no sensible, es decir, una dimensión suprafísica
del ser o de la realidad. Los filósofos presocráticos habrían tratado de
explicar todas las cosas, los fenómenos, recurriendo a causas de tipo físico y
mecánico (agua, aire, tierra, fuego etc.). Sin embargo, y este es el fondo del
problema, las causas de carácter físico y mecánico, ¿son las verdaderas causas
o no serán sino simples "con-causas", es decir, causas al servicio de
otras más elevadas de nivel superior? La causa de lo que es físico, ¿no residirá
quizás en algo que no es físico ni mecánico?
Para responder a estos problemas, Platón
emprendió lo que él mismo denomina como "segunda navegación". En la
antigua terminología marinera se llamaba "segunda navegación" a la
que se pretendía cuando al desaparecer el viento y no sirviendo ya las velas,
se apelaba a los remos. La primera navegación simboliza el recorrido que
realiza la filosofía impulsada por el viento de la filosofía de los
presocráticos. La segunda navegación, en cambio, representa la aportación
personal de Platón, la navegación realizada gracias a sus propias fuerzas, es
decir, su contribución personal.
¿Queremos explicar, por ejemplo, por
qué es bella una cosa? Pues bien, para explicar ese "porqué" el
filósofo naturalista (presocráticos) recurriría a elementos puramente físicos,
como el color, la figura, y otros elementos de esta clase. Sin embargo –afirma
Platón– éstos no son las verdaderas causas, sino medios o con causas. Por lo
tanto, es preciso creer en la existencia de una causa superior, que por ser una
verdadera causa será algo no sensible, no material, sino inmaterial e
inteligible. Esta nueva realidad que descubre Platón es denominada "forma pura", “idea” (eidos) o “realidad
en sí”. Así pues, si queremos saber por qué una cosa es bella hemos de
decir que tal cosa es bella porque participa de la idea en forma pura de lo
bello en sí. La idea de belleza hace que las cosas empíricas sean bellas, es
decir se realicen a través de la forma, del color y de la proporción que por
fuerza se requiere para ser bellas.
La segunda navegación conduce pues a
reconocer la existencia de dos tipos de realidad: uno de ellos, fenoménico y
visible, mientras que el otro, el verdaderamente real, es invisible, está más allá de lo que se puede ver, tocar,
oír, etc. y es captable sólo con la mente (psique), es decir, es puramente
inteligible.
2.
La teoría de las ideas.
a. La realidad “verdaderamente real”: el
“topos uranós”.
Estas causas últimas de
naturaleza no física, estas realidades inteligibles, fueron denominadas por Platón
con el nombre de "idea" (eidos). Por lo tanto, las "ideas"
de las que hablaba Platón no son simples conceptos, es decir, representaciones
puramente mentales, sino que son verdaderas realidades, substancias. Las ideas
no son simples pensamientos, sino aquello que piensa el pensamiento una vez que
se ha liberado de los datos sensibles. O sea, son el verdadero ser, el ser por
excelencia. En resumen: las ideas platónicas son las esencias de las cosas,
esto es, aquello que hace que cada cosa sea lo que es. Platón utilizó también el término
"paradigma" para indicar que las ideas constituyen un modelo
permanente de cada cosa (lo que debe ser cada). Sin embargo, las expresiones
más famosas mediante las cuales Platón ha aludido a las ideas son, sin duda
alguna, las fórmulas "en sí"
y "por sí", que a menudo se
han entendido erróneamente. Este mundo de las ideas está constituido por una
multiplicidad de seres, en la medida en que allí hay ideas de todas las cosas:
ideas de valores estéticos, ideas de valores morales, ideas de diversas
realidades corporales, ideas de los distintos seres geométricos y matemáticos.
Cada idea es única, eterna, inmutable e inteligible, es decir, es una pura
esencia. Las ideas carecen de rasgos sensibles: no tienen color ni olor ni
ocupan un lugar ni tienen movimiento. Son puras realidades perfectas. Ya en la
República intentó Platón establecer una cierta jerarquía en el mundo inteligible
de las ideas: primero situa en la cúspide la idea del bien; luego, debajo, las
ideas éticas y estéticas y, a continuación, las ideas matemáticas; finalmente,
sitúa a la base de la pirámide las ideas de seres corpóreos. Esta concepción
jerárquica se mantiene en todos los diálogos platónicos.
b. La creación del “mundo sensible”: el
”topos aisthetós”.
Ahora bien, ¿de dónde sale el mundo sensible? ¿Cómo es
posible que las ideas inteligibles actúen sobre el mundo sensible? La respuesta
que ofrece Platón es la siguiente: existe un Demiurgo, esto es, un dios
hacedor, un dios que piensa y que quiere, quien tomando como modelo el mundo de
las ideas ha plasmado o moldeado la materia, es decir, el receptáculo sensible,
de acuerdo con dicho modelo. De esta manera ha generado el cosmos físico. Por
consiguiente, hay un modelo (mundo ideal), hay una copia (el mundo sensible) y
existe un artífice que ha hecho la copia, sirviéndose del modelo. El mundo de
lo inteligible es eterno y el artífice también es eterno; en cambio, el mundo
sensible elaborado por el Demiurgo es algo que ha nacido, es decir, algo que ha
sido engendrado. Pero, ¿por qué ha querido crear el mundo el Demiurgo? La respuesta platónica
es muy sencilla: el Demiurgo ha creado el mundo por voluntad y amor al bien. El
Demiurgo hizo la obra más bella posible, animado por el deseo del bien: el mal
y lo negativo que sigue habiendo este mundo se deben, sin embargo, al carácter imperfecto de la materia de la que
está hecho el mundo sensible, junto con el tiempo. El mundo de las ideas es
eterno, pero el mundo sensible está sometido al tiempo, al cambio, a la
destrucción. Todo lo que nace en el mundo sensible está condenado a la muerte,
a la desaparición. Desde esta perspectiva, toda cosa no es sino una mera copia
temporal de un ideal, de una idea. Como ya vio muy bien Heráclito, todo en este
mundo de aquí fluye. Sólo existe, a juicio de Platón, una realidad intermedia
entre los seres del mundo sensible y los seres del mundo inteligible: el alma
humana.
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