El concepto básico de la ética aristotélica es el
concepto de “deseo”, concepto íntimamente relacionado con la racionalidad. Este
deseo o apetito superior humano no se limita a buscar lo meramente placentero y
a huir de lo sensiblemente doloroso, tal y como pasa en los animales. Esta
capacidad humana de desear, denominada Voluntad, va más allá y consiste en
apetecer lo bueno.
a) Medios y fines.
Los bienes, las “cosas buenas”, que se le presentan
ante nosotros y nos tientan, al menos se pueden clasificar en dos apartados:
uno, compuesto por muchísimos “bienes”; el otro, compuesto por un solo bien. Y
es que la mayoría de los bienes se nos presentan como medios de otros, que son
sus fines. Si quiero o deseo una cosa porque creo que es buena, tengo necesariamente
que querer también otras cosas, que son los medios imprescindibles para
conseguirla. En seguida comprendemos que las cosas que queremos suelen ser
medios para acceder a otros fines que antes ya teníamos. En definitiva,
terminamos por comprender que si no existe un fin último, que ya no es
medio de ningún otro ni puede serlo, no habríamos ni siquiera empezado a
apetecer voluntariamente nada. Nos movemos dirigidos siempre (aunque pocas
veces conscientes plenamente de ello) a un fin realmente último, fin por cuya
atracción vamos proponiendo los innumerables fines intermedios de nuestra
praxis. Todo el mundo coincide en considerar que ese fin (telos) último es la Felicidad
(eudaimonía).
b) La Felicidad: el fin último del hombre.
Y bien, ¿cómo hay que representarse este fin último
del hombre? ¿Qué es la Felicidad? ¿No habría que pensar que en realidad hay
muchos fines últimos posibles, y que cada hombre escoge el suyo y a su
consecución subordina todo lo demás? Aristóteles revisa las diversas teorías que se discutían sobre el tema
entre los discípulos de Platón. Unos sostenían que la Felicidad es la vida del
político, cuyo bien supremo es la gloria o la fama; otros, defendían la
vida contemplativa del filósofo, cuyo bien supremo es la sabiduría; otros, no
querían ignorar la vida placentera, cuyo bien supremo es el placer
(hedoné); otros, en fin, veían en las riquezas materiales o en el poder la
felicidad. Aristóteles rechaza de plano estos planteamientos.
Dado que poseemos la definición misma del hombre y
sabemos que su diferencia respecto de los animales es que el ser humano es ser animal
racional, entonces el fin realmente último del hombre será aquel fin
que satisfaga por completo lo que el hombre realmente es. Si llegamos a ese estado
perfecto, a la auténtica felicidad, el hombre ya no aspirará a nada más allá de
su voluntad.
La opinión de Aristóteles es que la felicidad no necesita de ningún bien
exterior, sino que "se basta a sí misma". La felicidad consiste en el
ejercicio
perfecto de la actividad propia del hombre (del mismo modo que el bien
y la felicidad del músico es tocar la flauta); esa actividad propia del hombre
es, sin duda, la actividad del alma. Pero, ¿cómo podemos alcanzar esta plenitud
y felicidad? Mediante la virtud, es decir, mediante una vida virtuosa.
c) La virtud.
La virtud es una disposición (héxis) del alma, una
capacidad o aptitud permanente y adquirida para comportarse de un modo
determinado, o sea, un hábito. Pero, ¿cómo se forja el hábito? Obviamente, los
hábitos se crean mediante la repetición de actos: "para que un hombre se haga justo es necesario que practique la
justicia". Según Aristóteles, los seres humanos no nacen buenos ni
malos, ni tampoco basta la enseñanza meramente teórica de la bondad y la
maldad. Son las acciones que uno realiza las que llevan al hábito y éste el que
constituye la virtud. Ahora bien, los actos que realicemos han de consistir
siempre en la elección sensata del término medio (mesotés) consistente
en un equilibrio entre dos extremos igualmente viciosos. Y esa elección ha de
ser sensata, es decir, ha de ser como la que llevaría a cabo un hombre
prudente. Así, por ejemplo, el valor es un "justo medio" entre el
miedo y la temeridad. Pero este término medio ha de establecerse siempre de
acuerdo con las circunstancias de cada uno. En cada caso, el hombre sensato sabrá escoger cuál es el
justo término medio en cada situación.
Así pues, mediante las
virtudes el ser humano alcanza la Felicidad. El hombre que ha adquirido el hábito
de dominar las pasiones para ponerlas al servicio de su fin más íntimo
y más propio es el hombre que ha conquistado primeramente las virtudes
morales, las virtudes estrictamente éticas: la valentía, la moderación,
la justicia, etc. Una virtud ética nos lleva a acertar en el "justo medio
entre dos extremos". Ahora bien, ¿cómo podemos saber en cada caso cuál es
ese término medio? Según Aristóteles la guía en la conquista de las virtudes
morales es una virtud no moral, una virtud intelectual o virtud “dianoética”.
Esta virtud se llama prudencia. Obremos siempre como lo
haría en el caso en cuestión una persona “prudente”.
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