1. La
Metafísica
El punto de partida de la filosofía metafísica de Aristóteles se sitúa claramente
frente a Platón. Aristóteles no ve la necesidad de dividir la realidad entre el
mundo de las ideas y el mundo de las cosas. Todo su esfuerzo se va a centrar en
“coger” las ideas platónicas del lugar celeste en que Platón las había puesto y
traerlas e introducirlas en la realidad sensible de las cosas. Para ello
comienza partiendo de la cosa tal como la vemos y sentimos. Aristóteles
reprocha a Platón el haber afirmado que lo verdaderamente real, el ser
propiamente dicho era la idea (concebida como existiendo separada de las cosas
individuales).
a.
¿Qué es la realidad? La sustancia: el
individuo concreto.
Para Aristóteles, sustancias, seres reales, son
únicamente los individuos concretos como Sócrates o este caballo. Así, este
mundo recupera su plena realidad: es al individuo a lo que debemos llamar
sustancia o “ser real”. Pero, ¿qué es la sustancia? Para Aristóteles la
sustancia es la totalidad de la cosa, esto concreto que tenemos ahí delante,
esta cosa de aquí con sus características esenciales y con sus características
accidentales. En ese sentido llama Aristóteles la sustancia a lo individual
concreto. Ahora bien, ¿qué hacemos con las esencias o ideas de Platón?
Aristóteles reconoce que la idea, el eidos, es también algo real, pero lo
considera como sustancia en sentido secundario (sustancia segunda), es decir
sustancia no separada, sino que existe únicamente en la sustancia en sentido
estricto, en la sustancia primera, en el individuo concreto. Pero, ¿cuál es la
estructura de toda sustancia?
b.
La estructura de la sustancia: teoría
hilemórfica.
La sustancia, como ya hemos dicho, es el individuo concreto. En él se encuentra realizada la esencia o la
especie, la cual se predica de él. Para Aristóteles toda sustancia es un
compuesto (synolon) de materia y forma. A la hora de explicar la estructura
interna de toda sustancia Aristóteles recurre a una teoría conocida
posteriormente como “teoría hylemórfica”.
La forma (morphé) es la esencia de la cosa (la sustancia
segunda) el conjunto de características esenciales y accidentales que definen a
tal cosa. La esencia de una cosa comprende tanto las notas o características que
no pueden faltarle (pues si le faltaran, dejaría de ser lo que es), como las
que sí pueden faltarle, sin que tal falta le cambie “esencialmente”. Pero una
sustancia, además de poseer una esencia (forma), está compuesta por una
materia. ¿A qué llamar Aristóteles materia? Materia (hyle), para él,
es simplemente aquello con que está hecho algo. Un árbol está hecho de materia,
es decir, de madera (hyle), pero, por ejemplo, una tragedia es una cosa que ha
hecho Esquilo o que ha hecho Eurípides, y esa cosa está hecha con palabras, con
“logoi”. Materia es, pues, para Aristóteles aquello –sea lo que fuere– con que
algo está hecho.
Con esta teoría hilemórfica afirma Aristóteles que este mundo de cosas
que podemos ver, tocar etc., es el mundo real y que la pluralidad y el devenir
son reales. El Filósofo introduce en la sustancia el concepto de devenir o
desarrollo o cambio. Es lo que está en continuo cambio, lo que está
desarrollándose, lo que está sometido a un proceso de perfeccionamiento o
crecimiento; toda cosa (un árbol, una semilla, un caballo, etc.) es un ser al
que le falta siempre algo, un ser que nace y crece. Para explicar este hecho, el
hecho del cambio, Aristóteles recurre a la teoría del acto y la potencia. Con
esto, Aristóteles va a abrir el camino a una Física, a una explicación
física del universo, que perdurará durante más de quince siglos.
2. La
Física aristotélica
La física de
Aristóteles es, como sabemos, la teoría de las realidades que tienen en ellas
mismas el principio de sus cambios. Para hacer entender de un modo
suficientemente completo la teoría de lo que es cambiar, Aristóteles recurre a
dos teorías complementarias y conocidas como la teoría del acto y la potencia y
la teoría de las cuatro causas.
a.
La Teoría del acto y la potencia.
En todo ser, en toda cosa, hay, por
un lado, "lo que esa cosa ya es", es decir, lo que es en acto; pero, por
otro lado, también hay en esa misma cosa lo que todavía esa cosa no es en acto,
pero es
en potencia. Un árbol puede ser un árbol actual o un árbol en potencia,
en posibilidad, a saber, una semilla. La semilla es un árbol, pero “en
potencia”, como el niño es un hombre, o lo pequeño, grande. Pero, no existe una
potencia en abstracto, sino que una potencia es siempre potencia para un acto;
es decir, la semilla tiene potencia para
ser o de ser encina, pero no para ser caballo. Esto quiere decir que el
acto es anterior a la potencia. El acto está ya presente en la misma
potencialidad. Potencia y acto y materia y forma son estructuras paralelas. La
materia, en efecto, es o está en potencia de la forma. Y la forma es lo que
actualiza la materia, la perfecciona y confiere al ser su potencia para obrar.
Ahora bien, ¿cómo se produce el cambio? Aristóteles explica y define el
movimiento (cambio) como el paso o el tránsito de la potencia al acto. Una vez
garantizada la posibilidad del movimiento, Aristóteles procede a la
clasificación de los tipos de cambio (metabolé), distinguiendo:
Ø
Cambio sustancial: su resultado es
la generación de una nueva sustancia o la destrucción de una sustancia ya
existente (generación o corrupción).
Ø
Cambio accidental: en este cambio no
se generan o destruyen sustancias, sino que estas–sin resultar afectadas en su
persistencia sustancial–sufre modificaciones en aspectos no esenciales de su
ser, es decir sufren modificaciones accidentales. Los cambios accidentales
pueden ser de tres clases: cuantitativo
(aumento/disminución en el tamaño), cualitativo
(alteración) y local
(desplazamiento, traslación).
Ahora bien, ¿qué produce el cambio? Los principios
explicativos del cambio son llamados por Aristóteles “causas".
b.
Las causas del cambio.
Aristóteles utiliza el ejemplo de
la elaboración de una estatua con el fin de explicar su teoría de las cuatro
causas. Pues bien, sin madera (en latín: materia) no se puede hacer una
estatua. He ahí la primera "causa" del cambio que supone que aparezca
una estatua en el mundo. La madera, además, es lo que, bien visto, no cambia en
este proceso. Hay madera antes y después de que la estatua sea hecha, porque es
de madera el tronco que toma el escultor y es de madera la estatua que labra
con ese tronco. Esta es lo que llaman los aristotélico es la causa material de este cambio. Sin la
forma final, no hay, desde luego tampoco estatua. Esta, por ejemplo, lo es de
Alejandro. La forma del tronco ha quedado sustituida por la forma de Alejandro,
plasmada por el artista en la madera. Tenemos ahora la causa formal del cambio, y vemos, además, que la forma de (madera) era
el acto que tenía o en el que estaba la madera antes de la transformación y es
el acto (distinto) que tiene después de ella: a saber, forma de Alejandro. La forma es lo que se
gana y se pierde en cambio. Ahora bien, sin escultor no hay estatua: éste el
agente, la causa eficiente de la
estatua. Pero tampoco hay estatua sin el fin que pretende el escultor, sin el
“para qué” de tal estatua. La causa
final de todo el proceso puede ser, por ejemplo, conseguir plasmar en la
madera la forma que ya tiene en su imaginación el escultor, o bien, construirla
para un adorno o una conmemoración. La causa formal y la final coinciden con
frecuencia.
3. La
estructura del mundo: la cosmología aristotélica.
Aristóteles considera el mundo (“cosmos”) como un armonioso conjunto de
sustancias en movimiento, distribuidas, eso sí, en dos grandes niveles u órdenes: el mundo de
la tierra o mundo sublunar y el mundo supralunar o el cielo. Pero no hay que
confundir esta división con la división platónica de la realidad.
En el mundo que hay por encima de la luna (mundo supralunar), el cielo,
dejándose guiar muy confiadamente por lo que la vista indica, creía el Filósofo
que únicamente existían los planetas, moviéndose en perfectos movimientos
circulares y constantes. Cada planeta se encuentra dentro de una “esfera” de
éter. Lo que se mueve no son los planetas, sino las esferas concéntricas que
los contienen (la más baja de estas esferas es la de la luna: hay luego una
para cada planeta y otra para el sol; la esfera de éter más alta y lejana es
aquella en la que están (como incrustadas) todas las estrellas fijas). Este
movimiento circular es señal de que las sustancias del cielo (eternas y
perfectas, hechas de éter) no pueden estar hechas de ninguno de los elementos
que nos son bien conocidos aquí, en el mundo sublunar; a saber, tierra, agua,
aire y fuego.
En el mundo sublunar, en efecto, todo está compuesto de fuego, aire,
agua y tierra, en combinaciones diferentes. Esta mezcla hace que nada o casi
nada ocupe su lugar natural. El del fuego puro estaría encima del aire, que quedaría,
a su vez, por encima del agua. El centro del universo, su punto más bajo,
corresponde a la tierra pura. Las cosas se mueven naturalmente hacia arriba o
hacia abajo, según posean su proporción del elemento más ligero o más pesado;
pero otras veces están sometidas a un movimiento antinatural o forzoso. Si
lanzó al aire una piedra su elevación es contraria al movimiento natural –hacia
el centro, movimiento que inmediatamente empieza cuando cesa el efecto de mi
violento impulso–.
(Esta concepción del Universo va a perdurar durante más de veinte
siglos. El conjunto de distinciones metafísicas y físicas de Aristóteles va a
configurar el sustrato sobre el que va a levantarse gran parte del edificio de
la cultura occidental. Habrá que esperar al siglo XV para asistir, con los
orígenes de la revolución científica, a un cambio de modelo o paradigma de
interpretación de la realidad. Tal cambio será el nacimiento de la ciencia
moderna).
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