Escuela de Atenas

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martes, 1 de octubre de 2013

PLATÓN: ANTROPOLOGÍA



1.      La concepción dualista del hombre. 

La concepción dualista del ser humano lleva  a Platón a distinguir entre el cuerpo y el alma. Todo hombre es la unión indisoluble (mientras vive) de su cuerpo (soma) y su alma (psique). Platón considera que el cuerpo no es tanto el receptáculo del alma, a quien le debe la vida y sus capacidades, sino más bien su tumba o su cárcel (sema). Es decir, un lugar de expiación. Mientras tengamos cuerpo, estamos “muertos”, porque somos fundamentalmente nuestra alma, y el alma, mientras se halle en un cuerpo, está como en una tumba y por lo tanto insensibilizada. Nuestra muerte corporal en cambio es “vivir”, porque al morir el cuerpo, el alma se libera de la cárcel, es decir, de la principal fuente del mal: amores alocados, pasiones, enemistades, discordias, ignorancia y demencia. Precisamente, todo esto es lo que lleva la muerte al alma. Esta concepción negativa del cuerpo se atenúa en cierta medida las últimas obras de Platón, pero jamás desaparecer del todo (Soma sema).

2.      El hombre es fundamentalmente su alma. 

El alma –afirma Platón– debe tratar de huir lo más posible de las tendencias que marca el cuerpo. La muerte ha de entenderse como un episodio que únicamente hace referencia al cuerpo. No sólo no perjudica al alma, sino que le acarrea un gran beneficio, al permitirle una vida más verdadera, una vida completamente recogida en sí misma, sin obstáculos ni velos y plenamente unida a lo inteligible, es decir al mundo de las ideas. Esto significa que la muerte del cuerpo inaugura la auténtica vida del alma. Dado que el cuerpo es corruptible y perecedero, el alma es de naturaleza inmortal. Esto implica que su unión con el cuerpo no es un estado esencial del alma, sino un estado transitorio y accidental. El lugar propio del alma es el mundo de las ideas y su actividad más propia es la contemplación de éstas.

Mientras el alma permanece unida al cuerpo, la tarea fundamental que tiene es la de purificarse, prepararse para la contemplación tras la muerte de las ideas puras. Ahora bien, la purificación supone que el alma se encuentra en un estado de impureza. Cabe, pues, preguntar de dónde vienen estas impurezas. La respuesta de Platón, como ya hemos visto, sugiere que tales impurezas provienen del cuerpo, más concretamente de las necesidades y exigencias del cuerpo, que se imponen tiránicamente a la vocación contemplativa del alma.  

3.      La estructura del alma humana. 

Platón se ve obligado a diferenciar tres partes del alma. Como en todas las grandes cuestiones, Platón recurre a los mitos. En el famoso “mito del carro alado” Platón compara el alma con una biga, es decir, con un carro alado tirado por dos caballos, uno blanco y otro negro, y gobernado por un auriga. En su clasificación distingue las partes racional, irascible y concupiscible. El alma racional (nous) es la parte superior del alma humana, pues se la considera como un principio divino e inmortal, por la que se alcanza el conocimiento verdadero y la práctica de la virtud de la prudencia (auriga). El alma irascible (thymós) es la parte del alma a la que se deben la voluntad, el valor y la fortaleza (caballo blanco) El alma concupiscible (epythimia) es la parte del alma más relacionada con el cuerpo; es la responsable de las pasiones, los apetitos y los placeres sensibles (caballo negro). Es en el Fedro y en La República donde trata la cuestión de la esencia del alma humana mediante esta exposición alegórica conocida como “el mito del carro alado”. El Auriga, situado  más allá de las pasiones, intenta gobernar el carro con inteligencia (sabiduría) y prudencia (frónesis). Para ello, ha de potenciar y fortalecer el impulso del caballo blanco al tiempo que ha de intentar someter, domeñar y atemperar los embates del caballo negro. Sólo así, a través de la virtud, el alma humana irá poco a poco alcanzando un estado virtuoso, “recordando las verdades que ya conoce”. Veamos esto más despacio.

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