1. La concepción dualista del
hombre.
La concepción dualista del ser humano lleva a Platón a distinguir entre el cuerpo y el
alma. Todo hombre es la unión indisoluble (mientras vive) de su cuerpo
(soma) y su alma (psique). Platón considera que el cuerpo no es tanto el
receptáculo del alma, a quien le debe la vida y sus capacidades, sino más bien
su tumba o su cárcel (sema). Es decir, un lugar de expiación. Mientras tengamos
cuerpo, estamos “muertos”, porque somos fundamentalmente nuestra alma, y el
alma, mientras se halle en un cuerpo, está como en una tumba y por lo tanto
insensibilizada. Nuestra muerte corporal en cambio es “vivir”, porque al morir
el cuerpo, el alma se libera de la cárcel, es decir, de la principal fuente del
mal: amores alocados, pasiones, enemistades, discordias, ignorancia y demencia.
Precisamente, todo esto es lo que lleva la muerte al alma. Esta concepción
negativa del cuerpo se atenúa en cierta medida las últimas obras de Platón, pero
jamás desaparecer del todo (Soma sema).
2. El hombre es fundamentalmente su
alma.
El alma –afirma Platón– debe tratar de huir
lo más posible de las tendencias que marca el cuerpo. La muerte ha de
entenderse como un episodio que únicamente hace referencia al cuerpo. No sólo
no perjudica al alma, sino que le acarrea un gran beneficio, al permitirle una
vida más verdadera, una vida completamente recogida en sí misma, sin obstáculos
ni velos y plenamente unida a lo inteligible, es decir al mundo de las ideas.
Esto significa que la muerte del cuerpo inaugura la auténtica vida del alma.
Dado que el cuerpo es corruptible y perecedero, el alma es de naturaleza
inmortal. Esto implica que su unión con el cuerpo no es un estado esencial del
alma, sino un estado transitorio y accidental. El lugar propio del alma es el
mundo de las ideas y su actividad más propia es la contemplación de éstas.
Mientras el alma permanece unida al cuerpo,
la tarea fundamental que tiene es la de purificarse, prepararse para la contemplación tras la muerte de las ideas puras.
Ahora bien, la purificación supone que el alma se encuentra en un estado de
impureza. Cabe, pues, preguntar de dónde vienen estas impurezas. La respuesta
de Platón, como ya hemos visto, sugiere que tales impurezas provienen del
cuerpo, más concretamente de las necesidades y exigencias del cuerpo, que se
imponen tiránicamente a la vocación contemplativa del alma.
3. La estructura del alma humana.
Platón se ve obligado a diferenciar tres partes del alma. Como en
todas las grandes cuestiones, Platón recurre a los mitos. En el famoso “mito
del carro alado” Platón compara el alma con una biga, es decir, con un carro
alado tirado por dos caballos, uno blanco y otro negro, y gobernado por un
auriga. En su clasificación distingue las partes racional, irascible y
concupiscible. El alma racional (nous) es la parte superior del alma humana, pues
se la considera como un principio divino e inmortal, por la que se alcanza el
conocimiento verdadero y la práctica de la virtud de la prudencia
(auriga). El alma irascible (thymós) es la parte del alma a la que se deben
la voluntad, el valor y la fortaleza (caballo blanco) El alma concupiscible (epythimia)
es la parte del alma más relacionada con el cuerpo; es la responsable de las
pasiones, los apetitos y los placeres sensibles (caballo negro). Es en el Fedro y en La República donde trata la cuestión de la esencia del alma humana
mediante esta exposición alegórica conocida como “el mito del carro alado”. El
Auriga, situado más allá de las
pasiones, intenta gobernar el carro con inteligencia (sabiduría) y prudencia
(frónesis). Para ello, ha de potenciar y fortalecer el impulso del caballo
blanco al tiempo que ha de intentar someter, domeñar y atemperar los embates
del caballo negro. Sólo así, a través de la virtud, el alma humana irá poco a
poco alcanzando un estado virtuoso, “recordando las verdades que ya conoce”.
Veamos esto más despacio.
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